sábado, 21 de marzo de 2009

Volver

En el intenso rojo del caer del sol, entre unos androjosos trapos, los pies descalzos y la cabeza cubierta, con los ojos como anclados al suelo, y lagrimas lavándole la cara, paseaba ese oasis deshabitado en busca de una respuesta, de una razón, de un simple cobijo que la sujetase a la vida.

Sentada en el medio de las arenas extendidas al sol, ardiendo de calor, quemando la palma de sus pies se castigaba a sí, una manera de extinguir la culpa, el pesar de recordar sus actos, así como las llamas consumen el cuerpo para su purificación lo hacía ella en vida para volver a un estado de pureza.

En su mente y en su corazón, el único anhelo capaz de sobrevivir, que la viesen como era, que comprendiesen que el acto que la acechaba al tal castigo era una mera manisfestación de amor puro y limpio, que la semilla que engendraba en su vientre no era otra cosa, que un fruto verde de su inmenso amor, que debería madurar y no ser arrancado antes de tiempo.

Muchas horas de andanzas atrajo la noche, la hermosura de las estrellas extendidas a lo ancho del cielo era un espectáculo invisible e inexistente, los ojos de su corazón sólo miraban el hecho que la obstinaba a tal destino, incapaz de reconocer belleza alguna. Rendida de tanto andar cogió la pequeña bolsa que llevaba bebió unos sorbitos de agua, y sobre el calor del inmenso arenal se echó a descansar.

A las 5 y media de la mañana el anaranjado del sol la cubría con su tibio calor, como acariciandole el rostro y el cuerpo, lentamente se fue despertando, desperezandose, mucho más tranquila que ayer, de la pequeña bolsa que llevaba sacó unas migas de pan las introdujo a la boca, luego bebión un poco de agua y emprendió su viaje particular, muchas horas son cuatro, cinco y seis, cuando el sendero es arena ardiendo y la llegada una sorpresa, un misterio.

Después de tantas horas de travesía, diviso unas dunas esbeltas dunas de pie como dos ceremoniosos mayordomos a la puerta principal, en la sombra de las cuáles se arrojo a descansar, el peligro se había disipado, tan lejos como estaba y tan mujer como era, y tan valiente como coraje llevaba dentro, no había ya nada que temer, la reputación no importaba ya, adónde iba nadie la conocía, nadie la juzgaba, sólo debería pensar en cómo sustentarse, en como sobrevivir, y en como hacer sobrevivir a esa gota de amor derramado en su vientre.

Conforme pasaban los dias sus fuerzas eran mas carente, ya no quedaba pan, y las gotas de agua se agotaban, así que el único remedio era echarse a dormir en su imenso techo de estrellas inalcanzables hasta que la imensidad oscura se volviese anaranjada.

Llevada unas cinco horas caminando indetenidamente, y alla muy arriba divisaba ya una aldea no muy grande, entonces conmovida por la emocion echó a andar, olvidandose completamente de las quemaduras en las plantas de los pies, cada vez con más prisa, con más ahinco. Su consuelo era poder encontrar una nueva casa allí donde iba, y que ese pequeño pedazo dentro de su vientre tuviera un sitio al que venir.

La distancia hasta la meta final no era corta, llegó alli cuando el sol ya había empezado a dar pasos de vuelta a casa para descansar del largo día de trabajo, sin aliento, comletamente agotada, lejos de parecer una persona parecía un pobre fantasma quemado casi a punto de saborearla cuál carne recién asada. Con una sonrisa en los labios se arrojó al suelo, y alli a la entrada, en el portal mayor de la aldea se quedó dormida, profundamente dormida cubierta con su manto estrellado.

Un hombre de muy anciana edad se acercó a ella, la inspeccionó, creyó que estaba muerta, sigilosamente se acercó a ella, comprobó el pulso y el corazón latía a un ritmo jovial, normal, pero seguia profundamente dormida, quizá el hecho de que ya haya encontrado lo que buscaba sometió a su cuerpo a un estado de relajamiento capaz de recobrar el cansancio de 9 días en la inmensidad de la arena, en soledad sufrimiento. Llamó el hombre a unos hombre qeu pasaban y les pidió que la llevase a su chisita, puesto que su fuerza era insuficiente para tal operación.
Sus ojos permanecían cerrados, los latidos constantes, dormida tranquila y profundamente dormida, el cuerpo estirado los brazos relajados en un pequeño catre de mimbre, pero su cuerpo lo aprovechaba agradecido. Al abrir los ojos: hija mia hace tanto tiempo que te has ido, me alegra tanto tenerte aqui otra vez.

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